EL FIN DEL HOMBRE (Francis Fukuyama)
Fukuyama
comienza citando dos obras[1]:
1984 de George Orwell y Un mundo feliz de Aldoux Huxley; afirma
que ambas obras eran mucho más proféticas de lo que cualquier persona pudo
imaginar. La primera (1984) trataba sobre lo que actualmente
se conoce como tecnologías de la información, mientras que la segunda (Un mundo feliz) hacía referencia a lo
que hoy se conoce como biotecnología.
Afirma que a
pesar de que esas obras no acertaron en lo político (aunque hay que esperar qué
sucede con lo anunciado en Un mundo feliz),
sí tuvieron grandes aciertos en cuanto a lo tecnológico. El punto central que quiere abordar el autor
al citar estas dos obras es ¿en qué radica la importancia de ser humanos? Precisamente, lo que falla en Un mundo feliz, es que los humanos a
pesar de estar sanos y satisfechos han dejado de ser humanos.[2]
¿Cuál es la
naturaleza del ser humano? pregunta Fukuyama.
Esta pregunta puede abordarse desde diferentes perspectivas, por ejemplo
desde la perspectiva del cristianismo, el cual afirma que el ser humano fue
creado a imagen y semejanza de Dios[3];
al afirmar esto, se atribuye tanto la actividad creadora y el origen de la
dignidad humana a Dios. Por ende, toda
acción humana que vaya en contra de los propósitos de Dios, ataca de manera
frontal la dignidad de la persona.
Por su parte, el
autor asevera (citando a Huxley y a C.S. Lewis)[4]
que la propia naturaleza humana desempeña un papel especial a la hora de
ayudarnos a definir lo que es bueno o malo, justo o injusto, importante o
intrascendente. Y de manera explícita
dice que: “el objetivo del presente libro es afirmar que Huxley tenía razón,
que la amenaza más significativa planteada por la biotecnología contemporánea
estriba en la posibilidad de que altere la naturaleza humana y, por
consiguiente, nos conduzca a un estadio posthumano
de la historia”[5].
La naturaleza
humana, ayuda a definir nuestros valores más básicos. Es decir, lo que somos como especie es lo que
va a determinar los límites en cuanto a desarrollos biotecnológicos se refiere. Pregunta el autor ¿cómo deberíamos reaccionar
ante una biotecnología que, en el futuro, encerrara grandes beneficios
potenciales y amenazas que puedan ser tanto físicas y evidentes, como
espirituales y sutiles? Afirma que la
respuesta es evidente: deberíamos utilizar el poder del Estado para regularla[6]. Esto lo va a tratar en la última parte del libro,
en la primera parte abordará los posibles panoramas que se avecinan con
relación al desarrollo de la biotecnología, mientras que en la segunda, tratará
de fundamentar filosóficamente, tanto el derecho como la dignidad humana y su
relación o dependencia de lo que es el ser humano.
Hablemos, en
primer lugar, acerca de algunas perspectivas de posibles futuros que apuntan a
una variedad de consecuencias, algunas muy probables e incluso ya presentes en
la era actual, y otras que posiblemente jamás lleguen a materializarse. Los temas tratados por el autor en esta
primera parte del libro son[7]:
la ampliación de los conocimientos sobre el cerebro y las fuentes biológicas de
la conducta humana, la neurofarmacología y la manipulación de las emociones y
de la conducta, la prolongación de la vida y finalmente, lo relacionado con
ingeniería genética.
Gran parte de la
importancia del análisis de Fukuyama radica en que relaciona estos temas con el
desarrollo de la política mundial. Es
con los lentes de la política mundial que se nos invita a analizar estas nuevas
realidades planteadas por la biotecnología.
No es que estos “desarrollos” vayan a afectar sólo la individualidad de
las personas o incluso sólo el núcleo familiar, no, el alcance es en general a
toda la humanidad.
La primera
perspectiva de futuro tiene que ver con la acumulación de conocimientos sobre
genética y conducta. Cada vez más se
esperan resultados en cuanto a la comprensión de las funciones fundamentales de
los genes a partir de los resultados arrojados por el Proyecto Genoma
Humano. Esto permitirá, por ejemplo,
elaborar fármacos específicos para casos individuales a fin de reducir los
riesgos de efectos secundarios no deseados.
Nos encontramos
una vez más de cara con el debate sobre la función de la herencia y la cultura
en la configuración de los logros humanos.
Hay dos formas para descubrir las fuentes naturales de la conducta,
estas son: la genética del comportamiento y los estudios realizados por
antropología transcultural. Estas dos,
estudian el macrocomportamiento y extraen inferencias sobre la naturaleza
humana basadas en correlaciones. La
primera (la genética del comportamiento) parte de sujetos genéticamente
idénticos y busca diferencias inducidas por el ambiente; la segunda (la antropología
transcultural), parte de sujetos culturalmente heterogéneos y busca similitudes
inducidas genéticamente.[8]
Ninguno de estos dos métodos satisface en su totalidad, sin embargo, con los
desarrollos en genética cada vez más será posible conocer de una mejor forma la
relación entre los genes y el comportamiento.
Fukuyama
subdivide en tres partes esta primera perspectiva del futuro: la inteligencia,
la delincuencia y la sexualidad. Con
respecto a la inteligencia, describe la “guerra en curso” que hay entre los que
defienden como algo que se hereda genéticamente y quienes afirman que está
determinada, en gran medida, por el ambiente.
Interesante la relación hecha por el autor al afirmar que políticamente
se han tomado posturas al respecto.
Por ejemplo, los
conservadores (recordar que el autor escribe para un contexto norteamericano)
suelen apoyar los argumentos que aluden a la heredabilidad genética de la
inteligencia con el propósito de
justificar la existencia de jerarquías sociales. Mientras que los de la izquierda, afirman que
las diferencias se basan en la falta de justicia y oportunidades para los
diversos grupos humanos, es decir, atribuyen la causa al ambiente.[9]
El tema acerca
de los “orígenes genéticos del crimen” es quizá, más polémico que el enunciado
en los párrafos anteriores. También ha
habido muchos intentos de relacionar la conducta criminal con la biología. Según Fukuyama: “Una serie de estudios ha
postulado la existencia de senderos moleculares directos entre los genes y la
agresividad. Un estudio de finales de
los años ochenta, centrado en una familia holandesa con un historial de
trastornos violentos del comportamiento, localizó la causa en los genes que
controlan la producción de las enzimas llamadas monoaminooxidasas.[10]”
Con relación al
tema de la sexualidad también han existido discrepancias con implicaciones
políticas. Es interesante el “cambio de
bando” que toman los partidarios políticos en lo concerniente al debate de si
la homosexualidad es algo genético o ambiental.
Afirma el autor: “En cuestiones como genes e inteligencia, genes y
crimen, genes y diferencia de sexo, la izquierda rechaza con vehemencia las
explicaciones biológicas y pretende restar importancia a cualquier dato que
apunte a que la herencia desempeña un papel importante en cualquiera de las
conductas mencionadas. En el caso de la
homosexualidad, la izquierda ha defendido lo contrario: la orientación sexual
no es una cuestión de elección individual o de condicionamiento social, sino
algo que el individuo recibe accidentalmente al nacer.”[11]
La opción que se
tome en cuanto a la relación existente entre genética y ambiente en los temas
mencionados (la inteligencia, el crimen y la sexualidad), tendrá fuertes
implicaciones a nivel político (social).
El capítulo tres
de esta primera parte hace referencia a la neurofarmacología y la manipulación
de las emociones y de la conducta. Discurre
básicamente en torno a dos posturas, la planteada por el freudismo y la
esbozada por la neurociencia. El freudismo construyó sobre la premisa de que
las enfermedades mentales eran de naturaleza primordialmente psicológica, es
decir, eran producto de disfunciones mentales que ocurrían en algún plano por
encima del sustrato biológico del cerebro[12]. Por su parte, la neurociencia con su
incremento de los conocimientos científicos acerca de la naturaleza bioquímica
del cerebro y de sus procesos mentales, ha permitido vislumbrar
neurotransmisores como la serotonina, la dopamina y la noradrenalina. Las concentraciones de estos neurotransmisores
y el modo en que interactúan afectan directamente a nuestras sensaciones
subjetivas de bienestar, amor propio, miedo, etc.[13]
Es aquí donde
entran en escena los medicamentos antidepresivos tales como el Prozac, este va
a aparecer como una especie de píldora de la felicidad. De la misma forma, el Ritalin va a aparecer
como el medicamento por excelencia para tratar el “trastorno de déficit de
atención con hiperactividad”.
Entonces, es
aquí donde el autor vuelve a preguntar en cuanto a la influencia del ambiente o
los genes, tanto para conocer las enfermedades mentales como para
tratarlas. Dependiendo de la postura que
se tome al respecto, se determinarán los caminos a seguir. Si se resuelve que el ambiente nada tiene que
ver, puede que se resuelva, entonces, que la única manera de tratar estas
enfermedades sea por medio de medicamentos.
Lo que ha generado esta clase de tratamientos, es que las personas están
volviéndose farmacodependientes, y eso, visto desde cualquier punto de vista,
no es recomendable. Ahora, esto tiene
repercusiones no sólo a nivel individual, sino también a nivel político.
Fukuyama afirma que:
“la proliferación de
estos fármacos psicotrópicos en Estados Unidos pone de manifiesto la existencia
de tres poderosas tendencias políticas que reaparecerán con la ingeniería
genética. La primera… el deseo de la gente corriente de medicalizar en lo
posible su conducta, y de ese modo, reducir el grado de responsabilidad sobre
sus propios actos. La segunda, es la
presión de los poderosos intereses económicos que participan en este proceso…
La tercera… es la proclividad a expandir las fronteras de lo terapéutico para
cubrir un número cada vez mayor de circunstancias. Siempre se podrá encontrar en alguna parte a
un médico que esté de acuerdo en que la situación angustiosa o desagradable de
uno obedece a un trastorno, y sólo será cuestión de tiempo para que la comunidad en general reconozca tal trastorno como una
discapacidad sujeta a compensación por parte de los organismo públicos”.[14]
Los capítulos 4
y 5 de la primera parte, tratan dos temas que son igual de trascendentes para
el desarrollo de la humanidad. Estos
son: la prolongación de la vida y la ingeniería genética. La prolongación de la vida trae consecuencias
tanto en lo político como en lo demográfico.
La manipulación genética, aunque aún falte mucho por descubrir al
respecto, debe también alertarnos en cuanto a las posibilidades de “alteración”
de la naturaleza humana.
Estos dos
asuntos, al igual que la ampliación de los conocimientos sobre el cerebro y las
fuentes biológicas de la conducta humana, la neurofarmacología y la
manipulación de las emociones y de la conducta, tienen grandes implicaciones
políticas. Bien afirma el escritor:
“Estos adelantos serán tremendamente polémicos, porque desafiarán nociones tan
apreciadas como la igualdad humana y la capacidad de elección moral;
proporcionarán a las sociedades técnicas nuevas para controlar el
comportamiento de sus ciudadanos; cambiarán nuestra comprensión de la
personalidad y la identidad humanas, subvertirán las jerarquías sociales
existentes; influirán en el ritmo de los avances políticos, materiales e
intelectuales; y afectarán la naturaleza de la política global.”[15]
En la segunda
parte del libro, al autor va a referirse al ser humano. Pensamos importante, lógico y necesario
cambiar el orden en el que aparecen los tres capítulos que corresponden a esta
parte. El autor los organiza de la
siguiente manera: 1. Los derechos humanos, 2. La naturaleza humana y 3. La
dignidad humana. Creemos que el orden
acertado es: 1. La naturaleza humana, 2. La dignidad humana y 3. Los derechos
humanos. Por esa razón, creemos
conveniente comenzar hablando acerca de lo que el autor intenta definir como naturaleza
del ser humano.
No podemos negar
nuestra naturaleza animal. Los seres humanos somos sistemas biológicos tal como
lo son los otros animales y seres vivos con quienes compartimos el planeta. Sin
embargo es extremadamente reduccionista tratar de entender al ser humano desde
un punto de vista meramente biológico. Basándose en una mirada científica, los
seres humanos, como especie animal, al igual que todas las que existen, estamos
sujetos a unas necesidades que deben ser satisfechas. De modo que es deber de
la sociedad, velar porque esas necesidades sean saciadas: “Digamos mejor que
los humanos tienen necesidades y que, como especie social, debemos intentar
satisfacer las necesidades humanas como la alimentación, la educación o la
salud.”[16]
Teniendo en
cuenta este planteamiento, satisfacer estas necesidades es, en últimas, buscar
el bien de la especie. ¿Podemos limitar nuestro bienestar a la obtención de
alimento, salud y educación? Si la respuesta es afirmativa, ¿podemos entonces
buscar este bienestar sin importar los medios que debamos utilizar para
alcanzarlo? ¿Qué pasa si mis necesidades sólo pueden ser satisfechas vulnerando
el bienestar de otro?
Para Fukuyama no
es suficiente reflexionar sobre las necesidades y los intereses humanos, sino
tener en cuenta la validez de los derechos, los cuales son la base de
sociedades que buscan órdenes más equitativos e incluyentes. “Cualquier
dialéctica seria sobre los derechos humanos ha de sustentarse, en último
término, en la comprensión de los fines y propósitos humanos, que a su vez debe
basarse casi siempre en el concepto de naturaleza humana”[17]
Naturaleza que debe ser definida tanto desde lo espiritual como desde lo
natural debido a que son componentes inherentes a la vida humana. En la medida
en que las ciencias biológicas desnudan, entienden y controlan la base
funcional de los seres humanos, nace la necesidad de protegerla.
Con su búsqueda,
estas ciencias ayudan a definir lo que nos hace humanos, abriendo la
posibilidad de reconocer al otro como un igual, como otro ser humano que
comparte las mismas características y por lo cual es poseedor de los mismos
derechos que yo deseo y ostento. Esta situación de “igualdad” plantea la
necesidad de establecer normas que permitan la convivencia de millones de
individuos poseedores de la misma naturaleza humana. Es en ese orden de ideas
como lo expresa Fukuyama “aunque los científicos prefieran mantener una muralla
entre el ser natural que estudian y
el deber originado del discurso sobre
los derechos, esa actitud es, en el fondo, un intento de eludir la realidad.”[18]
Sin embargo, no
hay que olvidar que los derechos son creados por las sociedades humanas en el
desconocimiento de una naturaleza común, de tal modo que estos pueden ser
acomodados a conveniencia de quienes
saben manipular el lenguaje debido a la flexibilidad de éste. Sin embargo no se puede prescindir del
lenguaje sobre los derechos ya que según el autor “el lenguaje sobre los
derechos se ha convertido, en el mundo moderno, en el único vocabulario común y
ampliamente compartido de que disponemos para hablar de los bienes y fines
últimos del ser humano y, en particular, de los bienes o fines colectivos que
conforman la esencia de la política.”[19]
Y en un mundo globalizado como el actual es necesario que la política ejerza
con mayor eficiencia su papel en el entendimiento de las diferentes culturas.
Para algunas
sociedades hay derechos más importantes que otros, sin embargo existe un
reconocimiento a la dignidad humana casi intrínseco a cada ser humano, aun
cuando no esté escrito en ningún decálogo de derechos, norma o regla. “los
seres humanos se dispensan mutuamente de un modo típico de la especie, unas
emociones especiales, emociones que se hacen extensivas incluso a los cuerpos
sin vida de parientes o seres queridos.”[20]
Este reconocimiento del otro como ser digno, apoya la tesis del autor de la
existencia de un constituyente común a todos los seres humanos, lo que él llama
naturaleza
humana.
Si los derechos
están basados en la naturaleza humana, es necesario definir dicha
naturaleza. Es muy difícil encontrar el bien de un ser al que no se comprende en
todos sus niveles: tanto social, biológico, como metafísico.
Aunque los
derechos humanos en principio tienen tres fuentes: religiosa, natural y
positivos contemporáneos, basados en las leyes, no es conveniente basar un
estado de derecho en uno solo de estos principios, debido a que la naturaleza
humana tampoco responde a uno solo de estos niveles. Por el contrario ésta es
el fruto de la convergencia de lo religioso, lo natural y lo político o social.
Los derechos humanos, la moralidad y la ética, por ser cuestiones humanas por
creación y esencia, no pueden desechar la realidad del hombre como ser natural.
Estos (los
derechos) deben estar basados en pilares con cimientos más profundos y
universales a toda la humanidad. ¿Qué puede ser más universal que la naturaleza
humana? Lo que nos define como humanos. Tal como lo expresa Fukuyama: “…la
existencia de una única naturaleza humana, compartida por todos los pueblos del
mundo, puede proporcionarnos un terreno común en el que fundamentar los
derechos humanos universales.”[21] La reflexión sobre lo que los humanos somos
en esencia, se debe ver reflejada en nuestro actuar ético.
Encontrar y proteger
la esencia del hombre es, según Fukuyama, el inicio de sociedades más justas.
La dificultad de consolidar sociedades justas, subyace en la complejidad del
alma humana, de su naturaleza. Algunas corrientes han caído en el
reduccionismo, tratando de explicar el comportamiento humando basadas sólo en
su dimensión racional otras en la concupiscencia etc… olvidando el sentido de
unidad, de monismo en el cual el hombre es uno y su ser fruto de la interacción
de todas sus dimensiones, tanto racionales como espirituales así como sociales.
Es imposible hablar de seres humanos dejando de lado alguno de estos
constituyentes que le son inherentes.
A pesar del
esfuerzo de muchos filósofos de pensar al hombre como un ser alejado del mundo
natural, caen constantemente en explicaciones de la naturaleza humana, incluso
cuando tratan de negar la existencia de algo como eso. Lo que el hombre debe
ser, está estrechamente ligado con lo que es, de modo que la ética humana debe
estar basada en un entendimiento del hombre como un animal social con
conciencia de trascendencia.
Ninguna ética
puede dejar de lado reflexiones sobre las diferentes dimensiones humanas ya que
se quedaría corta y sin fundamento. Esta teoría puede sustentarse en la
imposibilidad de plantear principios de comportamiento sin tratar de explicar
la naturaleza humana o al menos sin hacer referencia a ella como lo expresa el
autor: “Robertson apela de manera encubierta a la naturaleza al manifestar que:
la transmisión de los genes propios
mediante la reproducción es, en el nivel más básico, un impulso animal o de
especie. Uno se siente tentado de
parafrasear a Hume: sorprende observar en los escritores deontológicos un
cambio casi imperceptible del debe y
el no debe al es y el no es, puesto que
ellos pueden evitar, mejor que nadie, basar lo que debe ser en lo que es típico de nuestra especie”[22]
Sin embargo, las
sociedades actuales se enfrentan al problema de diferenciar entre el querer y
el deber, debido a que es muy fácil obtener lo que se quiere ya que la
tecnología nos lo garantiza. La libertad moral se confunde fácilmente con caprichos
y deseos individuales. Los seres humanos, como animales que somos, tendemos a
buscar el bienestar individual satisfaciendo nuestras necesidades primarias,
sin embargo, como animales sociales, necesitamos ciertas normas de conducta que
faciliten la convivencia en comunidad. En este sentido Fukuyama argumenta: “la
naturaleza humana nos empuja, como mínimo, en direcciones opuestas, hacia la
competitividad y la cooperación, hacia el individualismo y la sociabilidad
¿Cómo puede un comportamiento natural
concreto ser base de unos derechos naturales?…si bien no existe una traducción
simple de la naturaleza humana en derechos naturales, entre ellos media, en
última instancia, la discusión racional de los fines humanos.”[23]
Pero para poder
basar los derechos en la naturaleza humana, es necesario definirla o al menos
intentar hacerlo. Fukuyama señala la dificultad de concretar este concepto
debido a la complejidad que evidencia un sistema tan complejo como lo es el ser
humano. Sin embargo su intento por concretizarla inicia con esta definición:
“la naturaleza humana es la suma del comportamiento y las características que son típicas de la especie humana, y que
se deben a factores genéricos más que a factores ambientales.”[24]
Esta definición
puede ser una buena aproximación en la cual es necesario hacer varias
aclaraciones. Lo típico es para el autor, lo normal. Lo que es normal para una
especie generalmente no lo es para otra. Por ejemplo la estatura de la especie
humana tiene unos valores normales. Esto no significa que todos debemos aspirar
a tener cierta estatura para ser humanos, sino que existe una estatura a la
cual la mayoría de las personas se aproximan. Esta estatura seria la media,
dicha media cambia de acuerdo a la cultura y ha cambiado en el tiempo, por
factores tales como el acceso a más y mejores alimentos y a mejor atención médica.
Esto sugiere que
lo típico, lo normal, se torna aún más difícil de definir y de encontrar tal
como lo evidencia Fukuyama cuando asevera: “La naturaleza no establece, pues,
una única media humana de estatura; las medias de estatura se distribuyen
normalmente dependiendo de la dieta, la salud y otros factores ambientales. Se
ha producido un gran incremento de la estatura media desde el medioevo… ”[25]
Sin embargo, y por mas alimento que se le proporcione a un individuo, este no
puede crecer indefinidamente. La genética establece un límite al cual se ajusta
la capacidad del ser humano, para alcanzar la estatura normal de la especie.
Cabe anotar que
la normalidad de la humanidad como especie, no está determinada únicamente por
la genética sino también por su comportamiento y en cierta medida por unas
normas de comportamiento que son evidentes, sin importar la raza o el credo.
Ninguna sociedad premia el asesinato, el robo o la violación. Estos
comportamientos son normalmente condenados por las leyes y las normas de
comportamiento. Evidentemente hay individuos que se salen de la normalidad,
pero esto no niega el hecho de la existencia de un debe común, de la existencia de una naturaleza humana. “las
afirmaciones sobre la naturaleza humana son o bien probabilísticas (es decir,
hacen referencia a lo que la mayoría de la gente haría normalmente) o bien
enunciados condicionales sobre la forma mas probable en que la gente
interactuará con su entorno (si se les presenta una tentación fácil, casi todas
las personas se dejarán sobornar.)”[26]
En el otro
extremo existen detractores de la existencia de una naturaleza humana y se
basan, según Fukuyama, en tres aspectos fundamentales. El primero, es que no
existen rasgos normales en los seres humanos. Es decir, el grupo sanguíneo, el
color de piel, no son categorías que se puedan definir como normales o no,
debido a su gran variabilidad. Sin embargo estos rasgos se encuentran dentro
del rango de lo humano que es amplio y variado. Es decir, no vamos a encontrar
seres humanos con grupo sanguíneo “E” o “Z” o con color de piel azul o verde.
Las variaciones de estas características, así como de otras muchas, están
siempre limitadas por lo que nos hace humanos.
La segunda
crítica al concepto de naturaleza humana nace de la genética. Aunque como
humanos compartimos un perfil genético, incluso esa coincidencia genética no
puede ser la base para plantear la existencia de una naturaleza humana ya que
un genotipo dado no siempre se expresa en un fenotipo determinado únicamente
por aquel. La expresión genotípica depende, en gran medida, de la interacción
de los genes con su medio ambiente. “la interacción de un individuo con el
ambiente comienza pues, mucho antes del nacimiento; las características que
solemos atribuir a la naturaleza son, según este argumento, producto de una
compleja interacción naturaleza-ambiente.”[27]
Otro ejemplo de
interacción individuo ambiente es la educación. Esta puede favorecer más a un grupo
de individuos que a otros. Quienes tienen la capacidad de obtener una educación
de mayor calidad, tienen la posibilidad de aumentar su capacidad cognitiva y
acceder a mejores oportunidades laborales. Aun cuando genéticamente unos y
otros sean humanos, la educación a la cual pueden acceder moldea su
comportamiento y en sus futuras generaciones el pool genético de una comunidad
entera.
Sin embargo y
aunque los genes interactúan con el ambiente y la expresión fenotípica pueda
cambiar en virtud de algunas características ambientales, estos cambios se
mueven dentro de unos límites impuestos por la naturaleza, propios de los seres
humanos. A favor de esta idea Fukuyama argumenta “la mayoría de las
características humanas no se asemejan a la planta de montaña que adquiere
aspectos completamente distintos en función de la altitud; los niños no
desarrollan pelaje si se crían en ambientes fríos, ni branquias si viven cerca
del mar”[28] en ese
orden de ideas no es descabellado hablar de unas características comunes a
todos los seres humanos.
Podemos entonces
decir que la naturaleza humana no puede ser explicada desde la genética
solamente o desde lo cultural o lo espiritual, definir lo que nos hace humanos
puede ser una tarea que no termine jamás, pero que es necesario intentar. Las
utopías tienen una gran fuerza basada en la intención de alcanzarlas. Cuando un
objetivo es logrado, pierde su fuerza activadora, es algo que está asegurado
por lo que ya no es necesario luchar. Fukuyama propone fundamentar la naturaleza
humana en “…características que son únicas de la especie, dado que revisten una
importancia esencial para comprender la cuestión última de la dignidad humana.”[29]
El autor plantea
que la cognición es una de esas características y asegura que las lenguas a pesar
de ser un abismo que separa las diferentes culturas, tiene una base cognitiva
común. Los desarrollos neuronales asociados con la adquisición de una lengua
son comunes a todos los seres humanos aun cuando las lenguas en sí sean
diferentes la una de la otra. Esta idea defiende la posición de Fukuyama en
contra de la teoría de la tabula rasa Lockeana
la cual establece que “el cerebro es una especie de
computadora de uso general capaz de asimilar y manipular la información
sensible que se le presente, pero sus bancos de memoria están, esencialmente,
en blanco en el momento del nacimiento.[30]”
Otro componente
que Fukuyama plantea como propio de los humanos es el principio de reciprocidad
y lo defiende asegurando que “…no hay culturas que no practiquen algún tipo de
reciprocidad, y son pocas las que no intentan convertirla en un componente
central de la conducta moral”[31].
Aun cuando no nacemos con ideas morales preconcebidas, sí existen sentimientos
tales que pueden dirigirnos a encontrarlas. Existen comportamientos típicos de
la especie humana, fruto de lo que la evolución genética y cultural ha logrado.
Pero si
reconocemos en el animal humano derechos basados en nuestra naturaleza, ¿por
qué no conceder también a los animales cierto tipo de derechos? Los animales y
las plantas son seres vivos y por principio moral proteger la vida deber ser
responsabilidad del humano ya que ésta se encuentra en estado de indefensión.
Además, es necesario considerar la idea de que somos parte, objeto y sujeto, de
los ecosistemas naturales y por consiguiente alterar negativamente a otra
especie animal, miembro de dicho ecosistema, afectara tarde o temprano al ser
humano también. Ningún ser vivo es despreciable, ya que es un eslabón que
mantiene el equilibrio natural de los sistemas biológicos y es poseedor de
algún grado de dignidad por compartir la condición de vida con la especie
humana.
Los humanos no
son los únicos capaces de sentir y demostrar sentimientos, de hecho muchos
otros animales muestran conductas que antes eran atribuidas exclusivamente al
hombre. No somos tan únicos como se creía siglos atrás, nos parecemos y
dependemos más de la naturaleza delo que a muchos les gustaría aceptar. Sin
embargo cabe en este punto hacer una salvedad. La dignidad que se le otorga a
la vida tiene cierta gradualidad.
Fukuyama
argumenta en ese sentido: “Que yo sepa, ni siquiera los activistas más
radicales han reivindicado nunca los derechos del virus del sida o de la
bacteria E.coli, que los humanos
procuran destruir a millones de millares cada día. No se nos ocurre conceder
derechos a estas criaturas porque aparentemente, al carecer de sistema
nervioso, no sufren ni son conscientes de su situación.”[32]
Este planteamiento del autor olvida un punto importante y es que estos
organismos vivos son un peligro para la salud pública, atentan contra la vida
humana de la misma forma que lo hacen las moscas, mosquitos y ratas, los cuales
son también eliminados sin reparo, aun cuando su sistema nervioso esté más
desarrollado que los virus y las bacterias, y por consiguiente estén
capacitados para sentir dolor. Asegurar la vida humana es prioridad para el
humano.
Reflexionar
sobre lo que es y lo que no es humano, ayuda a definirnos como especie.
Conociendo lo que nos hace humanos sabremos lo que se necesita defender de los
avances tecnológicos, lo que si modificamos puede acabar con aquello que nos
define como especie humana y nos convierta en otra forma de vida pos-humana, o
en un caso más extremo nos extinga del planeta.
Pero ¿por qué el
miedo a cambiar lo que somos? ¿A mejorar la especie cuando tenemos la
tecnología para hacerlo? Hay varias respuestas, la primera radica en la
dignidad humana. Un concepto difícil de definir y que ha sido utilizado por
políticos y científicos alrededor del mundo para justificar sus acciones.
La dignidad
humana, tan difícil de definir, puede partir de la necesidad de reconocimiento
como iguales, poseedores de una esencia común, de una naturaleza humana que nos
obliga a respetarnos aun cuando esta naturaleza provea ciertas diferencias,
enmarcadas siempre, dentro de los límites de lo humano, “el color de la piel,
el físico, la clase social y la riqueza, el sexo, la formación cultural e
incluso los talentos naturales propios son accidentes de nacimiento que quedan
relegados a la categoría de características no esenciales. Decidimos con quién
entablamos amistad, con quién nos casamos o hacemos negocios, o a quién
evitamos en los actos sociales, en función de estas características
secundarias. En cambio, en el ámbito político estamos obligados a respetar por
igual a todas las personas porque poseen el factor X.”[33]
Para Kant “los
seres humanos tenían dignidad porque eran los únicos que poseían el libre
albedrio…la capacidad real de trascender el determinismo natural y las reglas normales
de la causalidad.”[34]
A partir de este planteamiento, si el hombre es capaz de decidir si actuar o no
moralmente, ¿de donde viene esa capacidad, ese libre albedrio?
Para quienes
profesan una religión, el libre albedrio está dado por Dios, para los biólogos
la toma de decisiones está dada por la activación de una serie de conexiones
neuronales en lugar de otra; si esto ultimo es cierto, y teniendo en cuenta que
muchos mamíferos poseen neuronas, sistemas nerviosos y cerebros muy
desarrollados, cabe preguntarse ¿por qué nuestras decisiones no son tan básicas
como las de ellos y no responden solamente a necesidades inmediatas como
hambre, sed, miedo o sexo, sino también a deseos, anhelos y esperanzas?
La respuesta
radica, tal vez, en esa esencia que nos hace humanos, en ese factor X. La naturaleza humana debe tener sus bases en
aspectos más profundos y abarcadores que la orientación sexual, que los
intereses políticos o económicos. Si esto no fuera así, ¿cómo poder llamar
humanos a los homosexuales, a quienes sufren alguna discapacidad cognitiva o a
los recién nacidos entre otros? Tal como lo expresa Fukuyama, “Si no existiera
este otro elemento común, entonces no habría razón alguna para no
discriminarlos, porque de hecho serian criaturas distintas de las demás.”[35]
La dificultad de
encontrar un concepto de naturaleza humana más profundo y abarcador que permita
definir la dignidad humana radica en la capacidad, cada vez más latente, de
poder modificar parte de lo que nos hace humanos: nuestra estructura genética.
Quienes tengan acceso a la tecnología genética para mejorar los genes de su
descendencia serán aquellos que puedan pagarla, arrebatándole a la evolución su
“justa” aleatoriedad para tener un propósito deliberado, humano, lo cual puede
incrementar el abismo entre las clases sociales, permitiendo que algunos sean, no solo económicamente
aventajados sino además genéticamente “mejor” dotados. La capacidad de mejorar
las características genéricas otorga un grado de soberbia y diferenciación
sobre quienes no pueden obtener dichas mejoras, al punto que esta elite de
humanos superiores podría iniciar un proceso de especiación al reproducirse
solo con iguales a ellos. “Pueden en síntesis, considerarse aristócratas y, a
diferencia de los aristócratas de antaño, sus pretensiones de pertenecer a un
linaje superior tendrán su origen en la naturaleza, no en la convención.”[36]
Para prevenir
estas desigualdades es el estado democrático quien debe regular los avances
genéticos en aras de beneficiar a la sociedad en general, no solo a una elite capaz de pagar por esta ventaja
garantizar que la dignidad humana no dependa de la billetera y que la
biotecnología esté al alcance de todos por igual, “sólo en virtud de esta
posibilidad es plausible que veamos a una democracia liberal del futuro volver
a la política de una eugenesia auspiciada por el estado.”[37]
Cabe aquí hacer
una reflexión al respecto. La desigualdad genética, que es una característica
deseable por las especies, conocida como diversidad, mantiene la salud de una
especie por dos razones principales: la primera, si los genes son más variados
en una especie determinada, esta especie tendrá un armamento genético
suficientemente diverso para adaptarse a un medio cambiante. La segunda, muchos
genes deletéreos pueden expresarse cuando el pool genético de los individuos de
una especie es muy parecido.
Teniendo en
cuenta que lo que es deseable, en cuanto a características fenotípicas, para
las sociedades es bastante homogéneo (hombres altos, mujeres delgadas etc…), la
capacidad de modificar los genes para obtener dichas características ventajosas
pone en peligro la variabilidad de la especie, enfrentándonos a las
consecuencias antes mencionadas.
Las ciencias
cada vez más reduccionistas, se quedan cortas para explicar los sistemas
biológicos, debido a que muchos de estos dependen de la interacción con su
entorno. Tratar de explicar el todo como la simple suma de las partes, ha
demostrado ser insuficiente. Fukuyama lo plantea así “cada nivel puede
ayudarnos a comprender aquellos que se sitúan por encima, pero entender los
niveles inferiores no siempre nos permite entender por completo las propiedades
emergentes de los niveles superiores.[38]”
La suma de los genes humanos comparada con la de los chimpancés, evidencian una
diferencia de solo 1% de material genético.
Ese porcentaje
de diferencia tan bajo ¿puede ser suficiente para explicar la diferencia
fenotípica y comportamental entre unos y otros? Está actualmente en tela de
juicio la hipótesis de que la cantidad de genes en nuestro pool genético,
puedan dar cuenta de la variabilidad humana. En ese orden de ideas se sospecha
que ésta (la variabilidad) es fruto de interacciones incluso a nivel molecular
y proteínico. Por esa razón, creo
importante que no se trata de reducir a una razón lo que caracteriza la
naturaleza humana, así como su dignidad; estas dos son el resultado de un
conjunto de características, pregunta Fukuyama ¿qué es el factor X?, responde
diciendo que este no puede reducirse a la posesión de elección moral, razón,
lenguaje, sociabilidad, sensibilidad, emociones, conciencia o cualquiera de las
cualidades que se han propuesto como base de la dignidad humana. Son todas estas cualidades, combinadas en un
todo humano, las que conforman el Factor X.”[39]
En la tercera y
última parte de su libro, el autor, en el título pregunta de manera acertada ¿qué
hacer? Divide su respuesta en tres partes, la primera habla de la necesidad de
controlar políticamente la biotecnología, la segunda hace mención de lo que en
la actualidad (noviembre 2001) se está haciendo para regular la biotecnología,
finalmente, subraya la importancia de generar políticas con vistas al futuro,
según los posibles panoramas que se avecinan.
Considero que
siempre ha existido el dilema entre los beneficios que pueda generar el buen
uso de la tecnología y los daños que el mal uso de la misma pueda
desencadenar. Fukuyama lo pone en los
siguientes términos: “Ante un avance como la capacidad de curar a un niño de fibrosis
quística o de diabetes, resulta difícil aducir razones por las cuales esa
inquietud deba interponerse en el camino de la ciencia.”[40] Ahora bien, a diferencia de otros
“desarrollos” tecnológicos, como por ejemplo el de la tecnología nuclear, la
verdadera amenaza de la biotecnología es mucho más sutil, y por ende es más
difícil de reconocer el daño que puede causar.
Debe tenerse
cuidado con caer en uno de dos extremos, el primero de ellos que “sataniza” la
tecnología y no sólo no promueve, sino que se preocupa a toda costa por frenar
lo que a avances tecnocientíficos se
refiere. Pero el otro extremo también es
perjudicial, el cual dice que no es posible regular la tecnología, por ende, la
sociedad no debe ni puede restringir el desarrollo de la nueva técnica.
Es necesario
poner límites ¿quién debe ponerlos? ¿Los mismos científicos, los políticos, la
iglesia? Fukuyama responde de la
siguiente manera: “Sólo la teología, la filosofía o la política pueden
establecer los límites de la ciencia y la tecnología que ésta crea, y decidir
si esos fines son buenos o malos. Los
científicos pueden ayudar a fijar unas normas morales concernientes a su propia
conducta, pero han de hacerlo no como científicos, sino como miembros,
científicamente formados, de un colectivo político más amplio… De ahí que la
pregunta sobre qué debemos hacer con la biotecnología sea una cuestión política
que no puede decidirse tecnocráticamente.”[41]
Cre0 que en
estas palabras está condensado lo que es asumir una posición y un curso de
acción bioético en cuanto a los desarrollos de la tecnociencia. No se trata de la decisión de uno solo en
detrimento de otro(s). El diálogo entre
ciencias humanas y ciencias básicas ha de llevarse a cabo y ser regulado por
medio de la política. Entendiendo
política, como esa construcción de valores y normas por parte de la misma
comunidad. No se trata de imponer leyes
o límites porque sí, se trata de construir, en medio y de la mano con la
diversidad, aquello que sea en beneficio de la vida.
Hasta dónde
vayan a llegar los descubrimientos en cuanto a los conocimientos sobre el
cerebro y las fuentes biológicas de la conducta humana, la neurofarmacología y
la manipulación de las emociones y de la conducta, la prolongación de la vida y
finalmente, lo relacionado con ingeniería genética, es algo que no sabemos, sin
embargo, afirmo junto con el autor que no tenemos por qué considerarnos
esclavos de un progreso científico inevitable, si este no sirve a los fines
humanos, claro está, sin que esto implique dañar o “someter” al resto de las
especies.[42]
[1] FUKUYAMA, Francis. El fin del
hombre: consecuencias de la revolución biotecnológica. Barcelona: Ediciones B., 2002. Págs. 17,18.
[5] Ibíd., pág.
23. Cursivas mías. Interesante notar que el título en inglés del
presente libro es Posthuman Society.
[17] Ibíd., Pág. 176
[18] Ibíd., Pág. 176
[19] Ibíd., Pág. 180
[20] Ibíd., Pág. 183
[21] Ibíd., Pág. 189
[22] Ibíd., Pág. 203
[23] Ibíd., Pág. 206
[24] Ibíd., Pág. 214
[25] Ibíd., Pág. 217
[26] Ibíd., Pág. 218
[27] Ibíd., Pág. 222
[28] Ibíd., Pág. 223
[29] Ibíd., Pág. 228
[30] Ibíd., Pág. 229
[31] Ibíd., Pág. 231
[32] Ibíd., Pág. 237
[33] Ibíd., Pág. 243. El factor X es definido por el autor como la cualidad
humana esencial que surge después de despojar a una persona de todas las
características contingentes y accidentales.
[34] Ibíd., Pág. 244
[35] Ibíd., Pág. 249
[36] Ibíd., Pág. 255
[37] Ibíd., Pág. 257
[38] Ibíd., Pág. 265