lunes, 19 de agosto de 2013

FE Y ESPIRITUALIDAD, HERRAMIENTAS PARA RESISTIR LA GUERRA

“LA FE Y LA ESPIRITUALIDAD SON VEHÍCULOS PARA MOVILIZAR LA RESISTENCIA Y LA CONSTRUCCIÓN DE PAZ", DICE SANTIAGO ESPITIA, TEÓLOGO, INVESTIGADOR SOCIAL Y MIEMBRO DE LA IGLESIA HERMANDAD EN CRISTO QUIEN HACE PARTE DEL PROYECTO DE RECONSTRUCCIÓN DE MEMORIA HISTÓRICA EN COMUNIDADES DE FE CRISTIANAS.

Desde febrero hasta diciembre de 2013, un grupo de investigadores, acompañados de pedagogos y comunicadores sociales, están realizando una serie de talleres de consulta, de memoria y de socialización con miembros de cuatro comunidades: Toribío, Cauca; Corinto, Valle del Cauca; Tierralta, Córdoba y Macayepo, Sucre. Además de ser víctimas del conflicto, los participantes de estos talleres tienen algo aún más fuerte en común: su fe. Son todos miembros activos de religiones cristianas y han encontrado en sus iglesias motores y soportes a sus procesos de superación del dolor y de resistencia a la guerra colombiana.

Este proyecto es una iniciativa de las iglesias anabaptista de Colombia: la Iglesia Menonita, la Iglesia de Los Hermanos Menonitas, la Hermandad en Cristo de Colombia, Visión Mundial  y la Organización JustaPaz. A los talleres están convocados no sólo los fieles de estas iglesias, sino también católicos, evangélicos, adventistas y muchos otros cristianos que cuentan con experiencias de resistencia y superación al conflicto gracias a su fe y al acompañamiento de sus comunidades religiosas.

Según Espitia, con este ejercicio han logrado comprobar cómo la espiritualidad juega un papel significativo en las actitudes éticas con las que las comunidades victimizadas reaccionan y luego participan de la reconstrucción de sus vidas y de la sostenibilidad de su resistencia. “Un buen ejemplo es el de una mujer en Tierralta, esposa de un pastor que fue asesinado, a quien le tocó rehacer su vida con doce hijos y nunca flaqueó en su fe. Siguió firme, llevando esperanza a otros, sirviendo a su comunidad y nunca le ha apostado a la venganza. Su hija de siete años nos ha acompañado en todos los talleres”.

Las historias y memorias recopiladas en estos talleres serán entregadas en un informe de calidad publicable al Centro Nacional de Memoria Histórica en diciembre de este año. También se producirá material pedagógico: guías y cartillas, así como una pieza audiovisual que servirán de insumos para aportar a la construcción de la paz desde los ámbitos espirituales cristianos en Colombia.

Esta semana, será el turno para los talleres en Macayepo. El equipo de gestores de memoria espera realizar cuatro encuentros en esta comunidad. Entre el 13 y el 15 de noviembre se llevará a cabo el Encuentro Nacional de Memoria Histórica de Comunidades de Fe en Bogotá D.C, que contará con la presencia de invitados internacionales que compartirán sus prácticas exitosas de superación de conflictos por medios de la fe. http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/index.php/noticias/noticias-cmh/1775-fe-y-espiritualidad-herramientas-para-resistir-la-guerra

miércoles, 29 de agosto de 2012

Comentario al Libro "El Fin del Hombre" de Francis Fukuyama


EL FIN DEL HOMBRE (Francis Fukuyama)

Fukuyama comienza citando dos obras[1]: 1984 de George Orwell y Un mundo feliz de Aldoux Huxley; afirma que ambas obras eran mucho más proféticas de lo que cualquier persona pudo imaginar.  La primera (1984) trataba sobre lo que actualmente se conoce como tecnologías de la información, mientras que la segunda (Un mundo feliz) hacía referencia a lo que hoy se conoce como biotecnología.

Afirma que a pesar de que esas obras no acertaron en lo político (aunque hay que esperar qué sucede con lo anunciado en Un mundo feliz), sí tuvieron grandes aciertos en cuanto a lo tecnológico.  El punto central que quiere abordar el autor al citar estas dos obras es ¿en qué radica la importancia de ser humanos?  Precisamente, lo que falla en Un mundo feliz, es que los humanos a pesar de estar sanos y satisfechos han dejado de ser humanos.[2]

¿Cuál es la naturaleza del ser humano? pregunta Fukuyama.  Esta pregunta puede abordarse desde diferentes perspectivas, por ejemplo desde la perspectiva del cristianismo, el cual afirma que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios[3]; al afirmar esto, se atribuye tanto la actividad creadora y el origen de la dignidad humana a Dios.  Por ende, toda acción humana que vaya en contra de los propósitos de Dios, ataca de manera frontal la dignidad de la persona.

Por su parte, el autor asevera (citando a Huxley y a C.S. Lewis)[4] que la propia naturaleza humana desempeña un papel especial a la hora de ayudarnos a definir lo que es bueno o malo, justo o injusto, importante o intrascendente.  Y de manera explícita dice que: “el objetivo del presente libro es afirmar que Huxley tenía razón, que la amenaza más significativa planteada por la biotecnología contemporánea estriba en la posibilidad de que altere la naturaleza humana y, por consiguiente, nos conduzca a un estadio posthumano de la historia”[5].

La naturaleza humana, ayuda a definir nuestros valores más básicos.  Es decir, lo que somos como especie es lo que va a determinar los límites en cuanto a desarrollos biotecnológicos se refiere.  Pregunta el autor ¿cómo deberíamos reaccionar ante una biotecnología que, en el futuro, encerrara grandes beneficios potenciales y amenazas que puedan ser tanto físicas y evidentes, como espirituales y sutiles?  Afirma que la respuesta es evidente: deberíamos utilizar el poder del Estado para regularla[6].  Esto lo va a tratar en la última parte del libro, en la primera parte abordará los posibles panoramas que se avecinan con relación al desarrollo de la biotecnología, mientras que en la segunda, tratará de fundamentar filosóficamente, tanto el derecho como la dignidad humana y su relación o dependencia de lo que es el ser humano.

Hablemos, en primer lugar, acerca de algunas perspectivas de posibles futuros que apuntan a una variedad de consecuencias, algunas muy probables e incluso ya presentes en la era actual, y otras que posiblemente jamás lleguen a materializarse.  Los temas tratados por el autor en esta primera parte del libro son[7]: la ampliación de los conocimientos sobre el cerebro y las fuentes biológicas de la conducta humana, la neurofarmacología y la manipulación de las emociones y de la conducta, la prolongación de la vida y finalmente, lo relacionado con ingeniería genética.

Gran parte de la importancia del análisis de Fukuyama radica en que relaciona estos temas con el desarrollo de la política mundial.  Es con los lentes de la política mundial que se nos invita a analizar estas nuevas realidades planteadas por la biotecnología.  No es que estos “desarrollos” vayan a afectar sólo la individualidad de las personas o incluso sólo el núcleo familiar, no, el alcance es en general a toda la humanidad.

La primera perspectiva de futuro tiene que ver con la acumulación de conocimientos sobre genética y conducta.  Cada vez más se esperan resultados en cuanto a la comprensión de las funciones fundamentales de los genes a partir de los resultados arrojados por el Proyecto Genoma Humano.  Esto permitirá, por ejemplo, elaborar fármacos específicos para casos individuales a fin de reducir los riesgos de efectos secundarios no deseados.

Nos encontramos una vez más de cara con el debate sobre la función de la herencia y la cultura en la configuración de los logros humanos.  Hay dos formas para descubrir las fuentes naturales de la conducta, estas son: la genética del comportamiento y los estudios realizados por antropología transcultural.  Estas dos, estudian el macrocomportamiento y extraen inferencias sobre la naturaleza humana basadas en correlaciones.  La primera (la genética del comportamiento) parte de sujetos genéticamente idénticos y busca diferencias inducidas por el ambiente; la segunda (la antropología transcultural), parte de sujetos culturalmente heterogéneos y busca similitudes inducidas genéticamente.[8] Ninguno de estos dos métodos satisface en su totalidad, sin embargo, con los desarrollos en genética cada vez más será posible conocer de una mejor forma la relación entre los genes y el comportamiento.

Fukuyama subdivide en tres partes esta primera perspectiva del futuro: la inteligencia, la delincuencia y la sexualidad.  Con respecto a la inteligencia, describe la “guerra en curso” que hay entre los que defienden como algo que se hereda genéticamente y quienes afirman que está determinada, en gran medida, por el ambiente.  Interesante la relación hecha por el autor al afirmar que políticamente se han tomado posturas al respecto.

Por ejemplo, los conservadores (recordar que el autor escribe para un contexto norteamericano) suelen apoyar los argumentos que aluden a la heredabilidad genética de la inteligencia con el  propósito de justificar la existencia de jerarquías sociales.  Mientras que los de la izquierda, afirman que las diferencias se basan en la falta de justicia y oportunidades para los diversos grupos humanos, es decir, atribuyen la causa al ambiente.[9]

El tema acerca de los “orígenes genéticos del crimen” es quizá, más polémico que el enunciado en los párrafos anteriores.  También ha habido muchos intentos de relacionar la conducta criminal con la biología.  Según Fukuyama: “Una serie de estudios ha postulado la existencia de senderos moleculares directos entre los genes y la agresividad.  Un estudio de finales de los años ochenta, centrado en una familia holandesa con un historial de trastornos violentos del comportamiento, localizó la causa en los genes que controlan la producción de las enzimas llamadas monoaminooxidasas.[10]

Con relación al tema de la sexualidad también han existido discrepancias con implicaciones políticas.  Es interesante el “cambio de bando” que toman los partidarios políticos en lo concerniente al debate de si la homosexualidad es algo genético o ambiental.  Afirma el autor: “En cuestiones como genes e inteligencia, genes y crimen, genes y diferencia de sexo, la izquierda rechaza con vehemencia las explicaciones biológicas y pretende restar importancia a cualquier dato que apunte a que la herencia desempeña un papel importante en cualquiera de las conductas mencionadas.  En el caso de la homosexualidad, la izquierda ha defendido lo contrario: la orientación sexual no es una cuestión de elección individual o de condicionamiento social, sino algo que el individuo recibe accidentalmente al nacer.”[11]
La opción que se tome en cuanto a la relación existente entre genética y ambiente en los temas mencionados (la inteligencia, el crimen y la sexualidad), tendrá fuertes implicaciones a nivel político (social).

El capítulo tres de esta primera parte hace referencia a la neurofarmacología y la manipulación de las emociones y de la conducta.  Discurre básicamente en torno a dos posturas, la planteada por el freudismo y la esbozada por la neurociencia.   El freudismo construyó sobre la premisa de que las enfermedades mentales eran de naturaleza primordialmente psicológica, es decir, eran producto de disfunciones mentales que ocurrían en algún plano por encima del sustrato biológico del cerebro[12].  Por su parte, la neurociencia con su incremento de los conocimientos científicos acerca de la naturaleza bioquímica del cerebro y de sus procesos mentales, ha permitido vislumbrar neurotransmisores como la serotonina, la dopamina y la noradrenalina.  Las concentraciones de estos neurotransmisores y el modo en que interactúan afectan directamente a nuestras sensaciones subjetivas de bienestar, amor propio, miedo, etc.[13]

Es aquí donde entran en escena los medicamentos antidepresivos tales como el Prozac, este va a aparecer como una especie de píldora de la felicidad.  De la misma forma, el Ritalin va a aparecer como el medicamento por excelencia para tratar el “trastorno de déficit de atención con hiperactividad”.
Entonces, es aquí donde el autor vuelve a preguntar en cuanto a la influencia del ambiente o los genes, tanto para conocer las enfermedades mentales como para tratarlas.  Dependiendo de la postura que se tome al respecto, se determinarán los caminos a seguir.  Si se resuelve que el ambiente nada tiene que ver, puede que se resuelva, entonces, que la única manera de tratar estas enfermedades sea por medio de medicamentos.  Lo que ha generado esta clase de tratamientos, es que las personas están volviéndose farmacodependientes, y eso, visto desde cualquier punto de vista, no es recomendable.  Ahora, esto tiene repercusiones no sólo a nivel individual, sino también a nivel político. Fukuyama afirma que:

“la proliferación de estos fármacos psicotrópicos en Estados Unidos pone de manifiesto la existencia de tres poderosas tendencias políticas que reaparecerán con la ingeniería genética. La primera… el deseo de la gente corriente de medicalizar en lo posible su conducta, y de ese modo, reducir el grado de responsabilidad sobre sus propios actos.  La segunda, es la presión de los poderosos intereses económicos que participan en este proceso… La tercera… es la proclividad a expandir las fronteras de lo terapéutico para cubrir un número cada vez mayor de circunstancias.  Siempre se podrá encontrar en alguna parte a un médico que esté de acuerdo en que la situación angustiosa o desagradable de uno obedece a un trastorno, y sólo será cuestión de tiempo para que la comunidad en general reconozca tal trastorno como una discapacidad sujeta a compensación por parte de los organismo públicos”.[14]

Los capítulos 4 y 5 de la primera parte, tratan dos temas que son igual de trascendentes para el desarrollo de la humanidad.  Estos son: la prolongación de la vida y la ingeniería genética.  La prolongación de la vida trae consecuencias tanto en lo político como en lo demográfico.  La manipulación genética, aunque aún falte mucho por descubrir al respecto, debe también alertarnos en cuanto a las posibilidades de “alteración” de la naturaleza humana.

Estos dos asuntos, al igual que la ampliación de los conocimientos sobre el cerebro y las fuentes biológicas de la conducta humana, la neurofarmacología y la manipulación de las emociones y de la conducta, tienen grandes implicaciones políticas.  Bien afirma el escritor: “Estos adelantos serán tremendamente polémicos, porque desafiarán nociones tan apreciadas como la igualdad humana y la capacidad de elección moral; proporcionarán a las sociedades técnicas nuevas para controlar el comportamiento de sus ciudadanos; cambiarán nuestra comprensión de la personalidad y la identidad humanas, subvertirán las jerarquías sociales existentes; influirán en el ritmo de los avances políticos, materiales e intelectuales; y afectarán la naturaleza de la política global.”[15]

En la segunda parte del libro, al autor va a referirse al ser humano.  Pensamos importante, lógico y necesario cambiar el orden en el que aparecen los tres capítulos que corresponden a esta parte.  El autor los organiza de la siguiente manera: 1. Los derechos humanos, 2. La naturaleza humana y 3. La dignidad humana.  Creemos que el orden acertado es: 1. La naturaleza humana, 2. La dignidad humana y 3. Los derechos humanos.  Por esa razón, creemos conveniente comenzar hablando acerca de lo que el autor intenta definir como naturaleza del ser humano.

No podemos negar nuestra naturaleza animal. Los seres humanos somos sistemas biológicos tal como lo son los otros animales y seres vivos con quienes compartimos el planeta. Sin embargo es extremadamente reduccionista tratar de entender al ser humano desde un punto de vista meramente biológico. Basándose en una mirada científica, los seres humanos, como especie animal, al igual que todas las que existen, estamos sujetos a unas necesidades que deben ser satisfechas. De modo que es deber de la sociedad, velar porque esas necesidades sean saciadas: “Digamos mejor que los humanos tienen necesidades y que, como especie social, debemos intentar satisfacer las necesidades humanas como la alimentación, la educación o la salud.”[16]

Teniendo en cuenta este planteamiento, satisfacer estas necesidades es, en últimas, buscar el bien de la especie. ¿Podemos limitar nuestro bienestar a la obtención de alimento, salud y educación? Si la respuesta es afirmativa, ¿podemos entonces buscar este bienestar sin importar los medios que debamos utilizar para alcanzarlo? ¿Qué pasa si mis necesidades sólo pueden ser satisfechas vulnerando el bienestar de otro?

Para Fukuyama no es suficiente reflexionar sobre las necesidades y los intereses humanos, sino tener en cuenta la validez de los derechos, los cuales son la base de sociedades que buscan órdenes más equitativos e incluyentes. “Cualquier dialéctica seria sobre los derechos humanos ha de sustentarse, en último término, en la comprensión de los fines y propósitos humanos, que a su vez debe basarse casi siempre en el concepto de naturaleza humana”[17] Naturaleza que debe ser definida tanto desde lo espiritual como desde lo natural debido a que son componentes inherentes a la vida humana. En la medida en que las ciencias biológicas desnudan, entienden y controlan la base funcional de los seres humanos, nace la necesidad de protegerla.

Con su búsqueda, estas ciencias ayudan a definir lo que nos hace humanos, abriendo la posibilidad de reconocer al otro como un igual, como otro ser humano que comparte las mismas características y por lo cual es poseedor de los mismos derechos que yo deseo y ostento. Esta situación de “igualdad” plantea la necesidad de establecer normas que permitan la convivencia de millones de individuos poseedores de la misma naturaleza humana. Es en ese orden de ideas como lo expresa Fukuyama “aunque los científicos prefieran mantener una muralla entre el ser natural que estudian y el deber originado del discurso sobre los derechos, esa actitud es, en el fondo, un intento de eludir la realidad.”[18]

Sin embargo, no hay que olvidar que los derechos son creados por las sociedades humanas en el desconocimiento de una naturaleza común, de tal modo que estos pueden ser acomodados a  conveniencia de quienes saben manipular el lenguaje debido a la flexibilidad de éste.  Sin embargo no se puede prescindir del lenguaje sobre los derechos ya que según el autor “el lenguaje sobre los derechos se ha convertido, en el mundo moderno, en el único vocabulario común y ampliamente compartido de que disponemos para hablar de los bienes y fines últimos del ser humano y, en particular, de los bienes o fines colectivos que conforman la esencia de la política.”[19] Y en un mundo globalizado como el actual es necesario que la política ejerza con mayor eficiencia su papel en el entendimiento de las diferentes culturas.

Para algunas sociedades hay derechos más importantes que otros, sin embargo existe un reconocimiento a la dignidad humana casi intrínseco a cada ser humano, aun cuando no esté escrito en ningún decálogo de derechos, norma o regla. “los seres humanos se dispensan mutuamente de un modo típico de la especie, unas emociones especiales, emociones que se hacen extensivas incluso a los cuerpos sin vida de parientes o seres queridos.”[20] Este reconocimiento del otro como ser digno, apoya la tesis del autor de la existencia de un constituyente común a todos los seres humanos, lo que él llama naturaleza humana.

Si los derechos están basados en la naturaleza humana, es necesario definir dicha naturaleza.  Es muy difícil encontrar el bien de un ser al que no se comprende en todos sus niveles: tanto social, biológico, como metafísico.

Aunque los derechos humanos en principio tienen tres fuentes: religiosa, natural y positivos contemporáneos, basados en las leyes, no es conveniente basar un estado de derecho en uno solo de estos principios, debido a que la naturaleza humana tampoco responde a uno solo de estos niveles. Por el contrario ésta es el fruto de la convergencia de lo religioso, lo natural y lo político o social. Los derechos humanos, la moralidad y la ética, por ser cuestiones humanas por creación y esencia, no pueden desechar la realidad del hombre como ser natural.

Estos (los derechos) deben estar basados en pilares con cimientos más profundos y universales a toda la humanidad. ¿Qué puede ser más universal que la naturaleza humana? Lo que nos define como humanos. Tal como lo expresa Fukuyama: “…la existencia de una única naturaleza humana, compartida por todos los pueblos del mundo, puede proporcionarnos un terreno común en el que fundamentar los derechos humanos universales.”[21]  La reflexión sobre lo que los humanos somos en esencia, se debe ver reflejada en nuestro actuar ético.

Encontrar y proteger la esencia del hombre es, según Fukuyama, el inicio de sociedades más justas. La dificultad de consolidar sociedades justas, subyace en la complejidad del alma humana, de su naturaleza. Algunas corrientes han caído en el reduccionismo, tratando de explicar el comportamiento humando basadas sólo en su dimensión racional otras en la concupiscencia etc… olvidando el sentido de unidad, de monismo en el cual el hombre es uno y su ser fruto de la interacción de todas sus dimensiones, tanto racionales como espirituales así como sociales. Es imposible hablar de seres humanos dejando de lado alguno de estos constituyentes que le son inherentes.

A pesar del esfuerzo de muchos filósofos de pensar al hombre como un ser alejado del mundo natural, caen constantemente en explicaciones de la naturaleza humana, incluso cuando tratan de negar la existencia de algo como eso. Lo que el hombre debe ser, está estrechamente ligado con lo que es, de modo que la ética humana debe estar basada en un entendimiento del hombre como un animal social con conciencia de trascendencia.  

Ninguna ética puede dejar de lado reflexiones sobre las diferentes dimensiones humanas ya que se quedaría corta y sin fundamento. Esta teoría puede sustentarse en la imposibilidad de plantear principios de comportamiento sin tratar de explicar la naturaleza humana o al menos sin hacer referencia a ella como lo expresa el autor: “Robertson apela de manera encubierta a la naturaleza al manifestar que: la transmisión de los genes propios mediante la reproducción es, en el nivel más básico, un impulso animal o de especie.  Uno se siente tentado de parafrasear a Hume: sorprende observar en los escritores deontológicos un cambio casi imperceptible del debe y el no debe al es y el no es, puesto que ellos pueden evitar, mejor que nadie, basar lo que debe ser en lo que es típico de nuestra especie”[22]

Sin embargo, las sociedades actuales se enfrentan al problema de diferenciar entre el querer y el deber, debido a que es muy fácil obtener lo que se quiere ya que la tecnología nos lo garantiza. La libertad moral se confunde fácilmente con caprichos y deseos individuales. Los seres humanos, como animales que somos, tendemos a buscar el bienestar individual satisfaciendo nuestras necesidades primarias, sin embargo, como animales sociales, necesitamos ciertas normas de conducta que faciliten la convivencia en comunidad. En este sentido Fukuyama argumenta: “la naturaleza humana nos empuja, como mínimo, en direcciones opuestas, hacia la competitividad y la cooperación, hacia el individualismo y la sociabilidad ¿Cómo puede un comportamiento natural concreto ser base de unos derechos naturales?…si bien no existe una traducción simple de la naturaleza humana en derechos naturales, entre ellos media, en última instancia, la discusión racional de los fines humanos.”[23]

Pero para poder basar los derechos en la naturaleza humana, es necesario definirla o al menos intentar hacerlo. Fukuyama señala la dificultad de concretar este concepto debido a la complejidad que evidencia un sistema tan complejo como lo es el ser humano. Sin embargo su intento por concretizarla inicia con esta definición: “la naturaleza humana es la suma del comportamiento y las características  que son típicas de la especie humana, y que se deben a factores genéricos más que a factores ambientales.”[24]

Esta definición puede ser una buena aproximación en la cual es necesario hacer varias aclaraciones. Lo típico es para el autor, lo normal. Lo que es normal para una especie generalmente no lo es para otra. Por ejemplo la estatura de la especie humana tiene unos valores normales. Esto no significa que todos debemos aspirar a tener cierta estatura para ser humanos, sino que existe una estatura a la cual la mayoría de las personas se aproximan. Esta estatura seria la media, dicha media cambia de acuerdo a la cultura y ha cambiado en el tiempo, por factores tales como el acceso a más y mejores alimentos y a mejor atención médica.

Esto sugiere que lo típico, lo normal, se torna aún más difícil de definir y de encontrar tal como lo evidencia Fukuyama cuando asevera: “La naturaleza no establece, pues, una única media humana de estatura; las medias de estatura se distribuyen normalmente dependiendo de la dieta, la salud y otros factores ambientales. Se ha producido un gran incremento de la estatura media desde el medioevo… ”[25] Sin embargo, y por mas alimento que se le proporcione a un individuo, este no puede crecer indefinidamente. La genética establece un límite al cual se ajusta la capacidad del ser humano, para alcanzar la estatura normal de la especie.

Cabe anotar que la normalidad de la humanidad como especie, no está determinada únicamente por la genética sino también por su comportamiento y en cierta medida por unas normas de comportamiento que son evidentes, sin importar la raza o el credo. Ninguna sociedad premia el asesinato, el robo o la violación. Estos comportamientos son normalmente condenados por las leyes y las normas de comportamiento. Evidentemente hay individuos que se salen de la normalidad, pero esto no niega el hecho de la existencia de un debe común, de la existencia de una naturaleza humana. “las afirmaciones sobre la naturaleza humana son o bien probabilísticas (es decir, hacen referencia a lo que la mayoría de la gente haría normalmente) o bien enunciados condicionales sobre la forma mas probable en que la gente interactuará con su entorno (si se les presenta una tentación fácil, casi todas las personas se dejarán sobornar.)”[26]

En el otro extremo existen detractores de la existencia de una naturaleza humana y se basan, según Fukuyama, en tres aspectos fundamentales. El primero, es que no existen rasgos normales en los seres humanos. Es decir, el grupo sanguíneo, el color de piel, no son categorías que se puedan definir como normales o no, debido a su gran variabilidad. Sin embargo estos rasgos se encuentran dentro del rango de lo humano que es amplio y variado. Es decir, no vamos a encontrar seres humanos con grupo sanguíneo “E” o “Z” o con color de piel azul o verde. Las variaciones de estas características, así como de otras muchas, están siempre limitadas por lo que nos hace humanos.

La segunda crítica al concepto de naturaleza humana nace de la genética. Aunque como humanos compartimos un perfil genético, incluso esa coincidencia genética no puede ser la base para plantear la existencia de una naturaleza humana ya que un genotipo dado no siempre se expresa en un fenotipo determinado únicamente por aquel. La expresión genotípica depende, en gran medida, de la interacción de los genes con su medio ambiente. “la interacción de un individuo con el ambiente comienza pues, mucho antes del nacimiento; las características que solemos atribuir a la naturaleza son, según este argumento, producto de una compleja interacción naturaleza-ambiente.”[27]

Otro ejemplo de interacción individuo ambiente es la educación. Esta puede favorecer más a un grupo de individuos que a otros. Quienes tienen la capacidad de obtener una educación de mayor calidad, tienen la posibilidad de aumentar su capacidad cognitiva y acceder a mejores oportunidades laborales. Aun cuando genéticamente unos y otros sean humanos, la educación a la cual pueden acceder moldea su comportamiento y en sus futuras generaciones el pool genético de una comunidad entera.

Sin embargo y aunque los genes interactúan con el ambiente y la expresión fenotípica pueda cambiar en virtud de algunas características ambientales, estos cambios se mueven dentro de unos límites impuestos por la naturaleza, propios de los seres humanos. A favor de esta idea Fukuyama argumenta “la mayoría de las características humanas no se asemejan a la planta de montaña que adquiere aspectos completamente distintos en función de la altitud; los niños no desarrollan pelaje si se crían en ambientes fríos, ni branquias si viven cerca del mar”[28] en ese orden de ideas no es descabellado hablar de unas características comunes a todos los seres humanos.

Podemos entonces decir que la naturaleza humana no puede ser explicada desde la genética solamente o desde lo cultural o lo espiritual, definir lo que nos hace humanos puede ser una tarea que no termine jamás, pero que es necesario intentar. Las utopías tienen una gran fuerza basada en la intención de alcanzarlas. Cuando un objetivo es logrado, pierde su fuerza activadora, es algo que está asegurado por lo que ya no es necesario luchar. Fukuyama propone fundamentar la naturaleza humana en “…características que son únicas de la especie, dado que revisten una importancia esencial para comprender la cuestión última de la dignidad humana.”[29]

El autor plantea que la cognición es una de esas características y asegura que las lenguas a pesar de ser un abismo que separa las diferentes culturas, tiene una base cognitiva común. Los desarrollos neuronales asociados con la adquisición de una lengua son comunes a todos los seres humanos aun cuando las lenguas en sí sean diferentes la una de la otra. Esta idea defiende la posición de Fukuyama en contra de la teoría de la tabula rasa Lockeana  la cual establece que “el cerebro es una especie de computadora de uso general capaz de asimilar y manipular la información sensible que se le presente, pero sus bancos de memoria están, esencialmente, en blanco en el momento del nacimiento.[30]

Otro componente que Fukuyama plantea como propio de los humanos es el principio de reciprocidad y lo defiende asegurando que “…no hay culturas que no practiquen algún tipo de reciprocidad, y son pocas las que no intentan convertirla en un componente central de la conducta moral”[31]. Aun cuando no nacemos con ideas morales preconcebidas, sí existen sentimientos tales que pueden dirigirnos a encontrarlas. Existen comportamientos típicos de la especie humana, fruto de lo que la evolución genética y cultural ha logrado.

Pero si reconocemos en el animal humano derechos basados en nuestra naturaleza, ¿por qué no conceder también a los animales cierto tipo de derechos? Los animales y las plantas son seres vivos y por principio moral proteger la vida deber ser responsabilidad del humano ya que ésta se encuentra en estado de indefensión. Además, es necesario considerar la idea de que somos parte, objeto y sujeto, de los ecosistemas naturales y por consiguiente alterar negativamente a otra especie animal, miembro de dicho ecosistema, afectara tarde o temprano al ser humano también. Ningún ser vivo es despreciable, ya que es un eslabón que mantiene el equilibrio natural de los sistemas biológicos y es poseedor de algún grado de dignidad por compartir la condición de vida con la especie humana.

Los humanos no son los únicos capaces de sentir y demostrar sentimientos, de hecho muchos otros animales muestran conductas que antes eran atribuidas exclusivamente al hombre. No somos tan únicos como se creía siglos atrás, nos parecemos y dependemos más de la naturaleza delo que a muchos les gustaría aceptar. Sin embargo cabe en este punto hacer una salvedad. La dignidad que se le otorga a la vida tiene cierta gradualidad.

Fukuyama argumenta en ese sentido: “Que yo sepa, ni siquiera los activistas más radicales han reivindicado nunca los derechos del virus del sida o de la bacteria E.coli, que los humanos procuran destruir a millones de millares cada día. No se nos ocurre conceder derechos a estas criaturas porque aparentemente, al carecer de sistema nervioso, no sufren ni son conscientes de su situación.”[32] Este planteamiento del autor olvida un punto importante y es que estos organismos vivos son un peligro para la salud pública, atentan contra la vida humana de la misma forma que lo hacen las moscas, mosquitos y ratas, los cuales son también eliminados sin reparo, aun cuando su sistema nervioso esté más desarrollado que los virus y las bacterias, y por consiguiente estén capacitados para sentir dolor. Asegurar la vida humana es prioridad para el humano.

Reflexionar sobre lo que es y lo que no es humano, ayuda a definirnos como especie. Conociendo lo que nos hace humanos sabremos lo que se necesita defender de los avances tecnológicos, lo que si modificamos puede acabar con aquello que nos define como especie humana y nos convierta en otra forma de vida pos-humana, o en un caso más extremo nos extinga del planeta.

Pero ¿por qué el miedo a cambiar lo que somos? ¿A mejorar la especie cuando tenemos la tecnología para hacerlo? Hay varias respuestas, la primera radica en la dignidad humana. Un concepto difícil de definir y que ha sido utilizado por políticos y científicos alrededor del mundo para justificar sus acciones.

La dignidad humana, tan difícil de definir, puede partir de la necesidad de reconocimiento como iguales, poseedores de una esencia común, de una naturaleza humana que nos obliga a respetarnos aun cuando esta naturaleza provea ciertas diferencias, enmarcadas siempre, dentro de los límites de lo humano, “el color de la piel, el físico, la clase social y la riqueza, el sexo, la formación cultural e incluso los talentos naturales propios son accidentes de nacimiento que quedan relegados a la categoría de características no esenciales. Decidimos con quién entablamos amistad, con quién nos casamos o hacemos negocios, o a quién evitamos en los actos sociales, en función de estas características secundarias. En cambio, en el ámbito político estamos obligados a respetar por igual a todas las personas porque poseen el factor X.”[33]

Para Kant “los seres humanos tenían dignidad porque eran los únicos que poseían el libre albedrio…la capacidad real de trascender el determinismo natural y las reglas normales de la causalidad.”[34] A partir de este planteamiento, si el hombre es capaz de decidir si actuar o no moralmente, ¿de donde viene esa capacidad, ese libre albedrio?

Para quienes profesan una religión, el libre albedrio está dado por Dios, para los biólogos la toma de decisiones está dada por la activación de una serie de conexiones neuronales en lugar de otra; si esto ultimo es cierto, y teniendo en cuenta que muchos mamíferos poseen neuronas, sistemas nerviosos y cerebros muy desarrollados, cabe preguntarse ¿por qué nuestras decisiones no son tan básicas como las de ellos y no responden solamente a necesidades inmediatas como hambre, sed, miedo o sexo, sino también a deseos, anhelos y esperanzas?

La respuesta radica, tal vez, en esa esencia que nos hace humanos, en ese factor X.  La naturaleza humana debe tener sus bases en aspectos más profundos y abarcadores que la orientación sexual, que los intereses políticos o económicos. Si esto no fuera así, ¿cómo poder llamar humanos a los homosexuales, a quienes sufren alguna discapacidad cognitiva o a los recién nacidos entre otros? Tal como lo expresa Fukuyama, “Si no existiera este otro elemento común, entonces no habría razón alguna para no discriminarlos, porque de hecho serian criaturas distintas de las demás.”[35]

La dificultad de encontrar un concepto de naturaleza humana más profundo y abarcador que permita definir la dignidad humana radica en la capacidad, cada vez más latente, de poder modificar parte de lo que nos hace humanos: nuestra estructura genética. Quienes tengan acceso a la tecnología genética para mejorar los genes de su descendencia serán aquellos que puedan pagarla, arrebatándole a la evolución su “justa” aleatoriedad para tener un propósito deliberado, humano, lo cual puede incrementar el abismo entre las clases sociales, permitiendo que  algunos sean, no solo económicamente aventajados sino además genéticamente “mejor” dotados. La capacidad de mejorar las características genéricas otorga un grado de soberbia y diferenciación sobre quienes no pueden obtener dichas mejoras, al punto que esta elite de humanos superiores podría iniciar un proceso de especiación al reproducirse solo con iguales a ellos. “Pueden en síntesis, considerarse aristócratas y, a diferencia de los aristócratas de antaño, sus pretensiones de pertenecer a un linaje superior tendrán su origen en la naturaleza, no en la convención.”[36]

Para prevenir estas desigualdades es el estado democrático quien debe regular los avances genéticos en aras de beneficiar a la sociedad en general, no solo a  una elite capaz de pagar por esta ventaja garantizar que la dignidad humana no dependa de la billetera y que la biotecnología esté al alcance de todos por igual, “sólo en virtud de esta posibilidad es plausible que veamos a una democracia liberal del futuro volver a la política de una eugenesia auspiciada por el estado.”[37]

Cabe aquí hacer una reflexión al respecto. La desigualdad genética, que es una característica deseable por las especies, conocida como diversidad, mantiene la salud de una especie por dos razones principales: la primera, si los genes son más variados en una especie determinada, esta especie tendrá un armamento genético suficientemente diverso para adaptarse a un medio cambiante. La segunda, muchos genes deletéreos pueden expresarse cuando el pool genético de los individuos de una especie es muy parecido.

Teniendo en cuenta que lo que es deseable, en cuanto a características fenotípicas, para las sociedades es bastante homogéneo (hombres altos, mujeres delgadas etc…), la capacidad de modificar los genes para obtener dichas características ventajosas pone en peligro la variabilidad de la especie, enfrentándonos a las consecuencias antes mencionadas.

Las ciencias cada vez más reduccionistas, se quedan cortas para explicar los sistemas biológicos, debido a que muchos de estos dependen de la interacción con su entorno. Tratar de explicar el todo como la simple suma de las partes, ha demostrado ser insuficiente. Fukuyama lo plantea así “cada nivel puede ayudarnos a comprender aquellos que se sitúan por encima, pero entender los niveles inferiores no siempre nos permite entender por completo las propiedades emergentes de los niveles superiores.[38]” La suma de los genes humanos comparada con la de los chimpancés, evidencian una diferencia de solo 1% de material genético.

Ese porcentaje de diferencia tan bajo ¿puede ser suficiente para explicar la diferencia fenotípica y comportamental entre unos y otros? Está actualmente en tela de juicio la hipótesis de que la cantidad de genes en nuestro pool genético, puedan dar cuenta de la variabilidad humana. En ese orden de ideas se sospecha que ésta (la variabilidad) es fruto de interacciones incluso a nivel molecular y proteínico.  Por esa razón, creo importante que no se trata de reducir a una razón lo que caracteriza la naturaleza humana, así como su dignidad; estas dos son el resultado de un conjunto de características, pregunta Fukuyama ¿qué es el factor X?, responde diciendo que este no puede reducirse a la posesión de elección moral, razón, lenguaje, sociabilidad, sensibilidad, emociones, conciencia o cualquiera de las cualidades que se han propuesto como base de la dignidad humana.  Son todas estas cualidades, combinadas en un todo humano, las que conforman el Factor X.[39]

En la tercera y última parte de su libro, el autor, en el título pregunta de manera acertada ¿qué hacer? Divide su respuesta en tres partes, la primera habla de la necesidad de controlar políticamente la biotecnología, la segunda hace mención de lo que en la actualidad (noviembre 2001) se está haciendo para regular la biotecnología, finalmente, subraya la importancia de generar políticas con vistas al futuro, según los posibles panoramas que se avecinan.

Considero que siempre ha existido el dilema entre los beneficios que pueda generar el buen uso de la tecnología y los daños que el mal uso de la misma pueda desencadenar.  Fukuyama lo pone en los siguientes términos: “Ante un avance como la capacidad de curar a un niño de fibrosis quística o de diabetes, resulta difícil aducir razones por las cuales esa inquietud deba interponerse en el camino de la ciencia.”[40]  Ahora bien, a diferencia de otros “desarrollos” tecnológicos, como por ejemplo el de la tecnología nuclear, la verdadera amenaza de la biotecnología es mucho más sutil, y por ende es más difícil de reconocer el daño que puede causar.

Debe tenerse cuidado con caer en uno de dos extremos, el primero de ellos que “sataniza” la tecnología y no sólo no promueve, sino que se preocupa a toda costa por frenar lo que a avances tecnocientíficos se refiere.  Pero el otro extremo también es perjudicial, el cual dice que no es posible regular la tecnología, por ende, la sociedad no debe ni puede restringir el desarrollo de la nueva técnica.

Es necesario poner límites ¿quién debe ponerlos? ¿Los mismos científicos, los políticos, la iglesia?  Fukuyama responde de la siguiente manera: “Sólo la teología, la filosofía o la política pueden establecer los límites de la ciencia y la tecnología que ésta crea, y decidir si esos fines son buenos o malos.  Los científicos pueden ayudar a fijar unas normas morales concernientes a su propia conducta, pero han de hacerlo no como científicos, sino como miembros, científicamente formados, de un colectivo político más amplio… De ahí que la pregunta sobre qué debemos hacer con la biotecnología sea una cuestión política que no puede decidirse tecnocráticamente.”[41]

Cre0 que en estas palabras está condensado lo que es asumir una posición y un curso de acción bioético en cuanto a los desarrollos de la tecnociencia.  No se trata de la decisión de uno solo en detrimento de otro(s).  El diálogo entre ciencias humanas y ciencias básicas ha de llevarse a cabo y ser regulado por medio de la política.  Entendiendo política, como esa construcción de valores y normas por parte de la misma comunidad.  No se trata de imponer leyes o límites porque sí, se trata de construir, en medio y de la mano con la diversidad, aquello que sea en beneficio de la vida.

Hasta dónde vayan a llegar los descubrimientos en cuanto a los conocimientos sobre el cerebro y las fuentes biológicas de la conducta humana, la neurofarmacología y la manipulación de las emociones y de la conducta, la prolongación de la vida y finalmente, lo relacionado con ingeniería genética, es algo que no sabemos, sin embargo, afirmo junto con el autor que no tenemos por qué considerarnos esclavos de un progreso científico inevitable, si este no sirve a los fines humanos, claro está, sin que esto implique dañar o “someter” al resto de las especies.[42]


[1] FUKUYAMA, Francis. El fin del hombre: consecuencias de la revolución biotecnológica.  Barcelona: Ediciones B., 2002. Págs. 17,18.
[2] Ibíd., pág. 21.
[3] Génesis 1:26,27.
[4] Ibíd., pág. 23.
[5] Ibíd., pág. 23.  Cursivas mías.  Interesante notar que el título en inglés del presente libro es Posthuman Society.
[6] Ibíd., p. 27.
[7] Ibíd., p. 37.
[8] Ibíd., p. 47.
[9] Ibíd., p. 52.
[10] Ibíd., p. 63.
[11] Ibíd., p. 68.
[12] Ibíd., p. 76.
[13] Ibíd., p. 77.
[14] Ibíd., p. 93-94.
[15] Ibíd., p. 141.
[16] Ibíd., Pág. 175
[17] Ibíd., Pág. 176
[18] Ibíd., Pág. 176
[19] Ibíd., Pág. 180
[20] Ibíd., Pág. 183
[21] Ibíd., Pág. 189
[22] Ibíd., Pág. 203
[23] Ibíd., Pág. 206
[24] Ibíd., Pág. 214
[25] Ibíd., Pág. 217
[26] Ibíd., Pág. 218
[27] Ibíd., Pág. 222
[28] Ibíd., Pág. 223
[29] Ibíd., Pág. 228
[30] Ibíd., Pág. 229
[31] Ibíd., Pág. 231
[32] Ibíd., Pág. 237
[33] Ibíd., Pág. 243. El factor X es definido por el autor como la cualidad humana esencial que surge después de despojar a una persona de todas las características contingentes y accidentales.
[34] Ibíd., Pág. 244
[35] Ibíd., Pág. 249
[36] Ibíd., Pág. 255
[37] Ibíd., Pág. 257
[38] Ibíd., Pág. 265
[39] Ibíd., Pág. 276.  Cursivas mías.
[40] Ibíd., p. 291.
[41] Ibíd., p. 296. mías.
[42] Ibíd., p. 345.