martes, 27 de septiembre de 2011

DIFERENCIAS Y SIMILITUDES EN CUANTO AL EMBRIÓN DESDE EL PENSAMIENTO SECULAR Y TEOLÓGICO


Aunque el inicio de la vida humana no es común para todas las culturas, su protección sí es un principio ético y moral presente en cada una de ellas. No sólo en las leyes políticas sino en las religiosas, se evidencia un principio de protección al ser humano.

Sin embargo, aunque exista una tendencia a proteger la vida humana, no es claro cuándo esta vida inicia. De tal modo, es imposible establecer a partir de qué momento es necesario protegerla o cuándo es merecedora de consideraciones éticas y morales.

Por esto surgen preguntas como ¿es un ser humano el pre-embrión humano?[1]  El capítulo tres (The Moral Significance of Early Human Embryos in Secular Thought) va a tratar cinco puntos de vista acerca del significado moral de los embriones humanos tempranos en el pensamiento secular.  Los cinco puntos de vista son: 1. el punto de vista del tiempo de fertilización, 2. El punto de vista del día catorce o más días, 3. El punto de vista de la potencialidad, 4. El punto de vista de el grupo de células humanas y 5. El punto de vista de la persona.

Con relación al primer punto de vista (el tiempo de fertilización)[2], se argumenta que sin el huevo y el esperma no estaríamos aquí.  El huevo fertilizado es un organismo humano, es más que un grupo de células.  El significado moral que se da aquí es el mismo que se daría a un ser humano más desarrollado, ya que el cigoto ya es un ser humano como nosotros.

En cuanto al segundo punto de vista (el día catorce o más)[3], se argumenta que la entidad humana individual es posterior al día catorce desde la fecundación.  El tercer punto de vista[4] (de la potencialidad), dice que el embrión puede llegar a ser un ser humano desde el inicio de la fertilización.  Esta clase de potencial es el poseído por una entidad para llevar a cabo cambios sobre sí mismo.  El cuarto punto de vista (el grupo de células humanas)[5], argumenta que el embrión en sus primeros días no tiene tejidos ni células específicas diferenciadas, por eso no puede ser un organismo humano.  Es un tejido biológico más que una vida humana.  Finalmente, el quinto punto de vista (la persona)[6], argumenta desde lo que ellos mismos definen como persona (Peter Singer, como el vocero principal de esta opinión): un ser racional y auto-consciente.  Entonces, los recién nacidos no son personas, mucho menos lo serán los fetos y los embriones.

El capítulo cuatro (The Moral Significance of Early Human Embryos in Religious Thought), hace referencia al mismo tema, pero esta vez, enfocándolo desde el punto de vista religioso.  Afirma que dada la realidad de una sociedad pluralista como lo es la sociedad estadounidense, se hace necesario también prestar atención a lo afirmado por diferentes tradiciones religiosas, haciendo especial énfasis en el cristianismo, tanto protestante como católico.

Inicialmente cita unos pasajes bíblicos (Génesis 1:26; Jeremías 1:5; Salmos 139:13-16ª; Job 31:15; Éxodo 21:22-25) queriendo dar a entender con esto que la Biblia cristiana en alguna medida hacía referencia a este tema.  Obviamente, vale la pena mencionar que la Biblia no pretende en ningún momento explicar cuál es su punto de vista en cuanto a la concepción moral de los pre-embriones humanos. Es sabido que la Biblia no es un libro científico (aunque algunos cristianos y no cristianos así la quieran ver muchas veces), la biblia tiene unas características literarias, las cuales es necesario conocer antes de lanzarse a dar afirmaciones en cuanto a lo que se cree que ella afirma de la moralidad o no de los pre-embriones humanos.

Sin embargo, en este capítulo se relaciona la concepción que tenía Aristóteles en cuanto al embrión[7].  Según su estudio en animales, Aristóteles concluyó que la formación del embrión tenía lugar cuarenta días después de la fertilización en los machos y noventa días después de la fertilización en las hembras. Muchos teólogos clave en la tradición de la moral cristiana en occidente adoptaron su punto de vista en cuanto al embrión. 

Cita teólogos que aparentemente podrían estar de acuerdo con el punto de vista del día catorce o más.  Por ejemplo,  como Tertuliano quien escribió que el embrión se convertía en ser humano hasta que se desarrollara por completo.  Gregorio de Nisa afirmó que el embrión no formado “es otra cosa, menos un ser humano”.  Agustín de Hipona (teólogo de gran influencia en el pensamiento cristiano occidental), llegó a afirmar que aunque estaba mal destruir a un embrión no formado en su totalidad ya que esto frustraba los planes de la procreación, era aún más pecaminoso destruir a un embrión formado ya que esto sí se consideraba homicidio de un ser humano.

Sin embargo, no todos los teólogos de la tradición occidental estaban de acuerdo con este punto de vista, ya que afirmaban que el alma era infundida en el cuerpo en el mismo momento de la concepción.  Tal es el caso de Basilio el Grande[8] quien se rehusó a aceptar “las pequeñas distinciones” entre un embrión formado y uno en formación.  Claro que este punto de vista no fue muy aceptado.

En la edad media, Tomás de Aquino (otro teólogo de gran influencia en el pensamiento cristiano occidental), al igual que Agustín, rechazó la destrucción de embriones en formación, pero no tanto por la moralidad que poseyera el embrión en sí, o porque fuera un homicidio, sino porque esto atentaba contra el mandato dado por Dios de “procrear y poblar la tierra”.  Claro que teniendo esto en cuenta, este pensamiento estaría también en concordancia con el punto de vista de la potencialidad ya que se trataría del homicidio de un ser humano en potencia.

Con respecto al pensamiento en cuanto al embrión de los reformadores protestantes es poco lo que puede afirmarse, ya que ellos no se dedicaron a esto y la influencia de pensadores como Agustín y Tomás fue mayor en la iglesia católica.  Sin embargo, algunas cosas pueden notarse en algunos de sus escritos.  Por ejemplo, Felipe Melanchton, un seguidor de Lutero, mantuvo la idea de que el alma era infundida en el feto cuarenta días después de la fertilización y por lo tanto, los embriones tempranos no eran seres humanos vivos.

Martín Lutero tampoco se refirió de manera explícita al tema de la moralidad en un pre-embrión humano o en un feto.  Lo que sí dejó claro fue su rechazo en cuanto al tema del aborto, ya que esto lo consideraba como un homicidio.  Juan Calvino habló un poquito más al respecto; también estuvo en contra del aborto, afirmó que no era lo mismo el embrión temprano al feto, pero no aceptó la definición aristotélica, sino que aseveró que el alma era infundida desde el mismo momento de la concepción.[9]
En el cristianismo occidental ha habido cambios en cuanto a la concepción del embrión temprano.  De la mano con los desarrollos científicos, esto va afectando la manera de pensar.  Concepciones como por ejemplo la del homúnculo tuvieron mucha fuerza, hasta que fue desarrollándose más el microscopio y otros instrumentos que ayudaban a definir más esta cuestión.

Muchas son las expresiones de fe cristiana como para tratar de sintetizarlas en unas pocas páginas.  El autor sigue mencionando casos como el del Papa Pío IX quien declaró el dogma de la inmaculada concepción de María y cómo esto tuvo relación también con la concepción tanto del embrión como del feto.[10]

El autor hace mención de la Iglesia Ortodoxa Griega, la Convención Bautista del Sur de los Estados Unidos, un sector de la Iglesia Presbiteriana, la Iglesia Unida de Cristo.  Cada una de estas expresiones de fe, ha hecho declaraciones al respecto, de acuerdo a su conocimiento en relación con los embriones tempranos.  Y, puede verse los cambios que se van llevando a cabo de acuerdo a lo que la ciencia permita también conocer.

Para terminar, quisiéramos mencionar algo de nuestro punto de vista al respecto.  La vida biológica de cualquier ser vivo diploide, inicia en el momento en que el material genético de sus progenitores en sus gametos se unen en un zigoto y desencadenan una cascada de interacciones y cambios celulares que culminan en la formación de un nuevo ser, de la misma especie de sus padres. Este hecho biológico es cierto tanto para una planta, una bacteria, como para los seres humanos.  En ese orden de ideas una madre gorila no va a dar a luz un lobo ni un ser humano un pez. Las diferencias genotípicas de las diferentes especies, otorgan esta individualidad de especie que se define desde el momento mismo de la fecundación.

Basados en esta idea es lógico pensar que los seres humanos somos humanos desde el momento mismo de la formación del zigoto. Todos los zigotos, normales, de  una persona poseen 46 cromosomas, mientras que los de nuestros parientes animales genéticamente más parecidos poseen 48. Esta característica genotípica le otorga en consecuencia, al embrión humano, una característica propia de nuestra especie. Aunque se argumente que no todos los embriones llegarán a ser un humano “completo” (entendiendo como completo un desarrollo sistémico que le permita ser social, poseer voluntad y consciencia) y se hable de altos porcentajes de muerte embrionaria, ningún embrión producto de un zigoto formado por gametos humanos, dará como resultado un gorila, un árbol o una rana, debido a que los que sí logran completar su desarrollo, tienen un fin biológico: convertirse en seres humanos, aun cuando cualquiera de estos seres vivos presenten reproducción sexual, sean diploides, y su material genético esté conformado por los mismos tipos de moléculas.

Las ideas expuestas anteriormente, apoyan la existencia de una potencialidad en el embrión que debe ser respetada y considerada ética y moralmente. Es cierto que todos los seres humanos iniciamos nuestro desarrollo como un grupo de células indiferenciadas, carentes de una estructura pluricelular sistémica. Sin embargo, a partir de su interacción, su comunicación entre ellas y con su medio, se inicia la diferenciación y la aparición de las diferentes líneas germinales que darán origen a órganos humanos y no a hojas, alas o pico. Ese grupo de células indiferenciadas tienen un propósito, un propósito biológico, un fin: convertirse en un ser humano “completo”. Es importante anotar que las consideraciones éticas que merece un embrión, carente de sufrimiento y capacidad de sentir dolor, no son las mismas que las de un infante o un adulto que además posee ilusiones, cognición, conciencia, voluntad, entre otras.

En ese orden de ideas existe una gradualidad en cuanto a las consideraciones éticas se refiere. Es evidente que proteger la vida humana es más importante que proteger la de una bacteria en cualquier cultura. Proteger la vida pierde su universalidad cuando de seres humanos se refiere ¿Será éticamente correcto matar a alguien que se sabe ocasionara un terrible sufrimiento a muchos seres humanos? Otra pregunta relacionada seria ¿es éticamente correcto amenazar la vida de un embrión para salvar o mejorar la de otro ser humano completo?

Las consideraciones sobre si la experimentación en embriones humanos es ética o no son extensas y no pueden reducirse a reflexiones estrictamente religiosas o biológicas. Así como tampoco pueden ser fruto de una ética o una moral contundente. No todo puede ser blanco o negro, los matices, los puntos intermedios son tan válidos y pueden dar cuenta de un problema tan bien como los extremos.  Bien lo ha demostrado la historia del pensamiento occidental, que en buena medida podemos afirmar, ha sido bien influenciado por el cristianismo occidental; las percepciones cambian a medida que los hallazgos científicos aumentan.  Esto no quiere decir, sin embargo, que en asuntos de opinión se tenga siempre que recurrir a la ciencia para saber qué decir; sí quiere decir, que es necesario tenerla en cuenta, pero que tanto unos como otros (seculares y creyentes) tienen presupuestos al hacer diferentes afirmaciones concernientes a estos temas.


[1] COHEN, B. Cynthia.  Renewing the Stuff of Life: Stem Cells, Ethics and Public Policy.  Oxford: University Press, 2007.  P. 60.
[2] Ibíd., P. 61-64.
[3] Ibíd., P. 67-72.
[4] Ibíd., P. 73-75.
[5] Ibíd., P. 78-80.
[6] Ibíd., P. 81-82.
[7] Ibíd., P. 97.
[8] Ibíd., P. 98.
[9] Ibíd., P. 99.
[10] Ibíd., P. 101.